No se que hacer, la verdad. Estoy cansado
de esta terrible vida, que a veces parece que me castiga. Dejar esta vida seria
lo mas fácil. Pero no lo puedo hacer, no es que no tenga el valor, que lo tengo
de sobra.
Las facturas llegan cada mes y con una
constancia que me abruma, no se les escapa ninguna. De todas formas y con la
cabeza echa un lió salgo a la calle, con la esperanza de encontrar algo que me
atrape y no me permita irme de este mundo. Mi gozo en un pozo cuando me
encuentro rodeado por tanto hormigón, electricidad y decepción. Camino por la
avenida principal, las mas grande de la ciudad, por la que pasan miles de
personas al día, para terminar encontrándome con un mendigo en una equina,
solitario y con cara de pocos amigos. Me acerco a él y le doy las cuatro
monedas que tengo en mi viejo pero servicial pantalón.
¨Tanta gente que pasa por esta avenida,
llena de joyas, ropas y maletines de marcas caras, y solo tú, con tus viejas
ropas, paras y tienes la bondad de darme las pocas monedas que llevas¨ Me dice
el mendigo, ahora con una cara que no cualquiera es capaz de poner en estos
días. Si me pongo a pensar en como tantas personas pueden pasar por encima de
una persona como esta y ni siquiera darle el buenos días, me duele en lo mas
profundo de mi ser; pues esta misma gente se encarga de arruinar a los demás y
llevarnos a replantearnos nuestra existencia. Pero bueno, así es la
sociedad, egoísta y mal tratadora, que nos ignora y a la vez os exige sin temor
y con placer,  ara que los fuertes ganen y los débiles que se esfuerzan
continúen en sus miserias. Sin darle mas vueltas al asunto me levanto y me voy,
con el estomago en rugidos de hambre y la cabeza en furia incontrolable. Me
dirijo a un bar que conozco a las afueras de la ciudad. Con unas cervezas y un
buen bocata de jamón serrano calmo el hambre en mi interior, pero la furia
sigue y no se como calmarla, pues desde pequeño he estado impregnado de la
maldición de la ira. 

Me voy a mi casa pensando en tantos males, llego al rellano y me encuentro con la implacable oscuridad en la que vivo: plantas muertas por todos lados, a falta de agua con que regarlas; las paredes rotas y la pintura caída.
Entro a mi casa y me acuesto en el sofá al
lado de la chimenea, para ver que echan por la televisión mientras me duermo.
Lo mismo de siempre; noticias de asesinatos, la corrupción de nuestros
políticos y la mala educación de los presentadores. Termino como siempre,
cansado de todo - incluso de la televisión - y me voy a la habitación aun
pensando en como sería vivir donde los mortales no me vean. Guardo la pistola
que siempre llevo conmigo en el cajón de la mesita de noche y me acuesto en mi
cómoda cama, para terminar durmiéndome. Y solo hago esto todos las días, para
despertarme mañana con la misma pregunta de siempre: ¿Me mato o no me mato? 

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